QUIERO DEJAR DE SANGRAR Y NO PUEDO-LIBRO GRATIS







Quiero dejar de sangrar y no puedo
© Javier Trejo
© 2020 Enero Once Editorial
Primera edición en México: julio 2020

Colección: La ruta principal
Relato y narrativa breve.




Imagen de portada: Enero Once Editorial 
Título: Luces en la Catedral Metropolitana
Técnica: Fotografía digital




Diseño de e-book:
© ENERO ONCE EDITORIAL
www.javtt11.wordpress.com

Correspondencia e informes:
javtt11@gmail.com

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni todo ni en parte, ni registrada en o transmitida sin el permiso previo y por escrito, de la editorial o el propietario del copyright.




Quiero dejar de sangrar y no puedo

Javier Trejo


Ellos decidieron dejarme aquí. Dicen que es un protocolo normal en un caso como este. Cuando los escucho hablar de esa manera tan diplomática, siento ardor en el estómago, me cae terrible a la gastritis, es un síntoma nervioso, me han dicho. El mundo me parece opaco. Existen ciertas cosas que no soporto y en verdad me fastidian. He tenido que esperar y aprender a esperar. Las manecillas del reloj, las pisadas que resuenan en el pasillo, el crujir de la mesa de madera en la sala de estar, tengo que dejarlas escapar, como si no pudiera escucharlas.

La Pitié-Salpêtrière fue construida hace cuatrocientos años. En la punta tiene un campanario, cúpulas y tejas azules o marrones, chimeneas y arcos. Es realmente grande, un largo prisma: Dos pisos de estructuras color beige y ventanas. La luz que entra por esas ventanas es maravillosa, es una lástima que los pacientes no seamos capaces de apreciarla. Tan sólo de mirar a los enfermos reposando como vegetales en los patios, o babeando tras haber tomado sus medicamentos, con el cuerpo rígido, sentados en el comedor, me invade un tremendo asco. ¡Pero qué me importan esos deficientes mentales y esquizofrénicos, qué me importan ellos y sus “vidas”! Este es el hermoso edificio de la locura.

Un ancho pasillo adornado con árboles verdes y bien podados conduce hacia los tres arcos que adornan la puerta principal, y después, pasillos, números del carnet, cuidadores que metódicamente ahogan el peligro, largas paredes, lámparas en los corredores, mosaicos relucientes, ventanillas y puertas cerradas.

Con frecuencia pude ver a Smith visitar el hospital. No había llamado mi atención, tendría que tratarse de algo realmente sobresaliente para lograrlo, me precio de tener buen gusto y altas expectativas. Era británico: Un hombre delgado, de piel blanca y cabello cano, vestía como uno de los profesores que tuve en el liceo cuando joven: Chaqueta de casimir con parche en los codos.

Un día, el enfermero me llamó para hablarme de aquel hombre.

—Se trata de un investigador de psiquiatría, viene de la Sorbona, supo de su situación en los diarios, quiere conocerlo, el doctor está de acuerdo, piensa que es una excelente oportunidad; habrá que aprovechar su estancia aquí ya que a usted solamente le quedan nueve días en nuestra institución…

Me había convertido en una curiosidad, parecido a los fenómenos de carnaval. .

El piso reflejaba mi imagen encorvada, caminando detrás del enfermero. Sus palabras eran innecesarias y su amabilidad también. El haber recibido una visita quizá sacaba de la monotonía a aquel joven que vestiría de blanco todos los días de su vida, para mí lo importante era la espera, sobre todo, que la espera terminara, porque la espera es como un gran sueño.

Llegamos al área de visita: Solemne, con una acústica privilegiada, rectangular, como todas las cajas y prisiones. Las blancas paredes y los pisos relucientes combinaban perfectamente con la camisa y los zapatos de Smith.

—Le agradezco mucho el haber traído a monsieur Carbonneau para que podamos hablar un poco.

—No se preocupe, doctor Smith. Recuerde que puede llamarme si lo considera necesario, para cualquier situación pregunte por mí, mi nombre es….

Ciertamente nunca me llamó la atención mi enfermero, para mí eran ropas blancas y vacías que se sostenían solas y cuyo rostro aparecía difuso ante mis ojos, como si recibiera una transmisión televisiva que ha sido censurada. Cada vez que aquel niño hablaba de sí mismo, de sus preocupaciones, o de su esposa… yo me desconectaba. Es por eso que ahora no puedo hablar de él, hay muchas cosas que no existen y es mejor que así sea.

El enfermero se retiró. El psiquiatra y yo nos sentamos uno frente al otro en un extremo de la larga mesa de madera. Me miró detenidamente, si me hubieran preguntado acerca de su rostro, resolvería que se trataba de un sujeto normal. En ese momento rompió el hielo con algo que me pareció contradictorio:

—Me da mucha alegría conocerlo por fin, monsieur Carbonneau. Tuve que contactar con el juez que se encuentra a cargo del caso y realizar muchas entrevistas con funcionarios para poder conseguir el tiempo de visita. No sé si le habrán adelantado algo, la rama forense tiene cada vez mayor desarrollo y…

—Entiendo, les hace falta mirar más de cerca a las personas a las que se les ha botado la tuerca, pero se ha equivocado conmigo, señor Smith. Soy el hombre más común que haya podido encontrar.

—Prometo ser directo y conciso, solamente necesito un par de horas para examinar las lagunas de su memoria, me parece muy importante, pienso que existe una relación entre su estado emocional y la falta de congruencia entre sus recuerdos, la falta de…

—No existe una falta de congruencia en mis recuerdos. Simplemente no existen tales recuerdos. Puede volver a su escuelita, esto podrá ayudarle a usted, pero a mí no.

—Se han visto casos semejantes, puedo…

—¡Usted está enterado de lo que he hecho! ¡O de lo que dicen que hice! Seguramente se leyó los expedientes. Vaya a molestar a su puta madre y déjeme tranquilo.

Me levanté y me fui. Me sentí orgulloso de la normalidad con la que dije esta última línea, sin ningún movimiento en los rasgos de la cara, con los ojos apagados. Apagado, eso es algo que me define. Mientras atravesaba la sala, el enfermero volvía. Escuché voces.

—Señor Smith, ¿qué ocurrió?

Gilbert, no pude hablar con… ni plantearle el procedimiento que… Es una pena, en el departamento pensamos…

Las reglas del hospital, las restricciones, la seguridad, los cuidados, realmente nada de eso me incomodaba. Los guardias me vigilaban mientras volvía a mi área.

A través de las ventanas que quedaban a mano izquierda podía ver París, y no extrañaba sus pasajes, su figura de manzana, sus puentes ni sus parques. No extrañaba a las aves que sí eran libres, ni a las madres paseando a sus nenes en carriola. Lo único en lo que yo pensaba mientras regresaba, triunfal, sobre mis pasos, era en que “Gilbert”, es un estúpido nombre. Pobre enfermero culo-ancho.

Como única distracción tenía un libro de paleontología, ilustrado. Pasaba las horas del día saltando las páginas, descubriendo fósiles y cúmulos de minerales como capas en un pastel. Los dinosaurios y algunos otros animales eran mi entretenimiento, ¡qué vida tan absurda!

Para la noche, la idea de recordar comenzó a dar vueltas en mi mente. Durante toda mi vida fui un hombre cualquiera. Nunca había tenido nada de especial ni había destacado. Se siente extraño que el único motivo por el cual haya aparecido en la primera plana de Le Parisien, fuera una señal en letras gigantes que seguramente debía conocer el Étienne Carbonneau que había tomado mi lugar a lo largo de aquella fatídica hora.

Lavar calcetas, evitar que el perro de madame Poirson meara en la esquina de mi edificio, vender la vieja colección de monedas que me heredó mi padre para olvidarme de una vez por todas del viejo y sus limosnas, a mis cuarenta y siete, sigue respirándome en la nuca; todas esas absurdas preocupaciones eran mi vida.

Llegar temprano a la taquilla, abrir y cerrar cortinas, poner almidón a mis camisas o que la vieja del servicio exprés dejara bien limpio mi traje favorito, el color gris; eso, era mi tranquilidad.

Aquella noche, tras la visita de Smith, recostado en la cama cuya cabecera, conformada por una serie de barrotes curvos tenía pinta de prisión, extrañé profundamente mi vecindario, Ménilmontant: Los adoquines, los postes metálicos que sostenían las farolas durante mis paseos rumbo a la cafétéria, la variedad de los edificios y las calles que subían y bajaban, literalmente, porque fueron trazadas sobre montes.

Lo único malo de mi barrio eran las personas, ensucian la rectitud de las casas y los colores de la piedra, la arquitectura sobria y amable. Las festividades… no son de mi agrado. Sus voces chillonas recuerdan a ratas.

Bajé la mirada, mi habitación estaba vacía. Nada al interior de esas cuatro paredes debía conseguir hacerme daño, es misión del hospital apartarnos de objetos que puedan servir para generar heridas. Sólo me habían dejado el colchón y la oscuridad, pero la cama no era tan buena para saltar en trampolín a la demencia.

Pasaron cinco días hasta que Smith regresó. Pensé que lo haría antes, sabía que se moría de ganas por entrevistarme. En Inglaterra las personas son muy puntuales, sospeché que su ausencia era una estrategia para conseguir su cometido, o, al menos, que le había servido para planear una mejor manera de ganar mi atención.

Al llegar a la sala, todo estaba muy quieto. Smith se encontraba de pie a un lado de la mesa. Sobre ella había algunos documentos. Junto a mí, a un costado de la entrada, se encontraba el enfermero. En cuanto me acerqué me dirigió un par de palabras en su típico tono soso y se fue.

El lugar estaba vacío. El resto del personal se había ido a otra área. Detuve mi mirada en las altas paredes blancas. El pasillo de la derecha, que conducía al comedor, también se encontraba abandonado. La sala, así, solitaria y atroz, me gustaba más que cuando se encontraba llena de locos.

Smith dijo un par de cosas, no pude distinguir bien qué. Me costó trabajo centrarme en sus palabras. Sus labios se movían, su boca se abría una y otra vez. Sus gestos eran firmes, parecía tener mucha confianza. Me perdí por cinco minutos, nada de lo que él decía me importaba.

Mientras hablaba, poco a poco y sin darme cuenta, fui acercándome. Así terminé sentado en la silla y él me mostraba algunas pruebas psicométricas. Aplicó tres de ellas.

Estaba sin estar, supongo que eso es lo que ellos buscan, que uno se deje de preocupar por las cosas y cuando baja la guardia, lo introducen en categorías y cajones, le ponen etiquetas, como a los tarros de conservas en un almacén.

Smith revisaba los resultados. Se reacomodaba los lentes repetidas veces, arrugaba la frente, se acomodaba el cabello cano con las manos. Leía con la cabeza agachada cada una de las hojas, hacía notas, estaba tan ausente como yo, ¡vaya par! Luego de algunos trazos sobre las páginas, guardó su lápiz en el bolsillo de su camisa.

Bien, comencemos, ¿hace cuánto tiempo que tiene problemas para recordar las cosas?

No tengo esa enfermedad de la memoria, si es lo que intenta decir, eso sólo le pasa a los ancianos. Lo mío es diferente.

¡Y qué podrá ser!

Pues nada. Quizá tuve un desmayo.

Está bien. Cambiaré de pregunta, ¿Ha notado algo diferente en su persona últimamente?

Sí, hay algo. Al principio no le di importancia.

Cuénteme.

Creo que esto es estúpido.

Étienne Carbonneau, permítame explicarle su situación... Dentro de unos días se presentará a una audiencia. Usted argumenta no recordarlo, pero mató a una persona. Yo, no estoy aquí para salvarlo, ni formo parte de la defensa. Es decir, no soy una amenaza, deje de obstaculizar mi trabajo. Ambos queremos lo mismo: Conocer qué fue lo que pasó de las 4:30 a las 6:00 de la tarde. Se trata de un pequeño lapso de tiempo, sólo lo suficiente para sentenciarlo a cadena perpetua.

El psiquiatra cachetes de croissant tenía razón. Solté la lengua.

Trabajo vendiendo tiquetes en el cinéma. No gano demasiado, vivo solo, no tengo familia, mi mayor diversión es caminar por los alrededores de Ménilmontant. Cuando todo comenzó era un día normal. Los autos estacionados y las personas caminando como siempre. Yo intentaba jamás cruzar la mirada con ellos, a un costado mío, en frente mío, eran ropas sin rostro. El anuncio luminoso del cinéma estaba enmarcado por dos árboles que se levantan de jardineras enrejadas. El edificio tiene cuatro entradas, sobre cada una de ellas había una ventana, y sobre cada ventana un arco.

»Como dije, trabajo en taquilla, y cada que me exigen alguna otra labor, les saco la vuelta, “Mi trabajo es cortar las entradas, ¡que no me jodan!”. Lo mío es la barra vacía, las cara de latas de conservas, la mano que sube y baja cambiando dinero, y decir las palabras “¡Gracias, vuelva pronto!” con la mandíbula atorada. Siempre me ha costado mucho fingir, pero nadie atiende a esas cosas. Me iba de maravilla hasta que un día en el trabajo encontré una nota escrita con mi letra, pero no recordaba haberla hecho. Era para el empleado del otro turno. Decía: “Favor de despejar el área. Carbonneau”. A ese olvido le siguió otro: Zapatos nuevos, la nota tenía la fecha de ese mismo día. Pero, ningún olvido tan grande como el que me trajo aquí.

Smith cruzó las piernas, sus ojos se desvanecieron detrás de las brillantes lentes de sus gafas. Su figura era iluminada por el sol que penetraba por las ventanas.

Esto no es un juego.

Te dije lo que sé.

El informe del detective dice otra cosa. Para empezar, es verdad que usted vive solo, no tiene familia, sus vecinos se han quejado de que, al pasear por el vecindario, usted los agrede. Sus compañeros de trabajo también tienen quejas. Deje de mentir, Carbonneau.

»En algún momento fungió como director ejecutivo de un grupo a cargo de la distribución y venta de automóviles a nivel internacional. Trabajaba tanto en Francia como en España. Era un cargo realmente importante. Ya me imagino la suma a la que ascendía su sueldo mensual. Pero no todo marchaba bien. Nadie lo soportaba. Malos tratos, retrasos, abuso de poder, violencia laboral, acoso, no tenía límites, y no le importaban.

»Mejor hubiera sido que jamás tomara ese puesto, sin embargo, su padre era miembro de la junta directiva. Nadie supo cómo le consiguió el puesto, si el viejo no lo hubiera apoyado, usted jamás hubiera tocado el ejecutivo. Pero fue un grave error, aquello explotó cuando un joven amenazó con demandar. El viejo Carbonneau llamó a su hijo y le dio la noticia frente a la mesa directiva. Debió haber sentido mucha vergüenza cuando aquello ocurrió. El último monto de dinero que había recibido de la empresa fue gastado en menos de veinticuatro horas.

»El viejo Carbonneau nos lo dijo todo. Los estados de cuenta habían registrado un par de cabarets, hoteles y cervecerías. Los mismos problemas se repitieron en todos los empleos posteriores. Está en el reporte. Su padre no reparó en compartir la información, todavía tiene esperanza de que usted obtenga fianza. Destaca el hecho de que el mismo perfil agresivo, insensible y rebelde, se repite desde la infancia.

»El viejo había intentado contener los arranques desde que usted fue niño, pero… dejemos eso para después. El salto hacia la calle y la emancipación me da mucho que pensar. Se trató de una decisión propia, lo que habla de incomodidad, no es lo mismo huir que ser echado fuera, y en este caso el comportamiento fue tan ordenado y natural, que me genera sospechas. Es la única pieza que no encaja. Aún así, creo que el viejo Carbonneau maquilló un poco la verdad, seguramente se sintió culpable.

¿Qué estás tratando de decir?

Que no eres un simple malhumorado que explota de vez en cuando y reparte ostias, pienso que cuando el expediente dice la palabra “agresivo”, en realidad quiere decir que tomaste la cabeza de tu asistente y la estrellaste contra los archiveros, o que las cuentas del cabaret y los hoteles eran exorbitantes debido a los muebles rotos y las golpizas al personal.

Nunca he hecho algo así.

Smith movió la cabeza, respiró profundamente, juntó las manos y me miró.

Pues dígame… ¿Por qué está, justo ahora, golpeando la mesa?

—…

Miré mi puño.

¡Usted es violento, realmente violento! Al principio pensé que sólo mentía. Cuando el primer día levantó la mano contra el enfermero, cuando arrojó la mesa al irse, o como ahora, que está golpeándola. Pero usted sería demasiado idiota si pensara que puede ocultar esos arranques con unas cuantas mentiras.

¡Entonces…!

Nada, la agresión es tan normal en usted que ni siquiera la percibe.

Es el psiquiatra más estúpido que he conocido… Me agrada.

Smith, se inclinó y tensó los puños.

Continúe. Quiero que me cuente todo lo que recuerde del veintiséis de julio. Trate de ser preciso en las descripciones. Es muy importante.

Seguramente habrá leído mi confesión en el reporte.

Monsieur Carbonneau, necesito escucharlo de viva voz. Esto me dará herramientas para abordar el problema. Así podré tomar una estrategia. Juro que superaremos las lagunas que hay en su memoria, estoy seguro.

Me encontraba en la mercería que pertenecía a madame Chassier, mi vecina. Mi saco había perdido un botón. Eso comenzó a ser muy importante para mí. Me sacaba de quicio ver el espacio vacío, además de que la maldita cosa no cerraba. Había recibido una llamada. Recuerdo que guardé el móvil en mi bolsillo. La mercería era pequeña y estaba atiborrada de cosas. Sobre el mostrador había cestos y algunas prendas en venta, en las repisas inferiores, multitud de carretes de hilo formaban filas y filas. En el muro que daba a la calle había un enorme ventanal. Tonos rosados, verdes, anaranjados, azules, pero ningún espacio para descansar la mirada. Al fondo había multitud de mostradores llenos de cajas y listones de todos tipos y tamaños. Madame Chassier, tenía cabello rubio, piel clara… era común. Algo robusta, tetas grandes, voz chillona, nariz fina, no la conocía bien, pasaba la vida deambulando por la mercería, guardando y clasificando objetos que, desde mi punto de vista eran todos iguales. “Monsieur Carbonneau, ¿sería tan amable de ayudarme?, tengo los botones en la caja que está sobre aquella repisa”.

»Vi tres cosas. El aparador, la escalera metálica y el enorme trasero de Chassier… Recuerdo que me escurría sudor por la frente. Luego voltee a mirar hacia la puerta del local, sentí frío y todo se volvió borroso. Sentí un hormigueo y caí de espaldas.

¿Siquiera sabía usted quién era madame Chassier?

Hey, ¿a caso ignorar los detalles de la vida de tus vecinos es pecado?

Smith se levantó y comenzó a tomar sus cosas.

¿Se marcha?

Hemos terminado por hoy.

No puede irse así. Tendrá que decirme algo sobre usted, es un intercambio justo.

Levantó la mirada. Sus ojos centellaban.

Mi nombre de pila es Corey.

Se marchó.

Nunca alguien había llamado mi atención de esa manera. Veía el rostro de Corey Smith entre las sombras y en los reflejos de las ventanas. Escuchaba su voz en la estancia, durante la hora de esparcimiento, al cruzar las puertas, al pasear por el jardín y recorrer el camino de loseta entre arbustos, al sentarme en las bancas de herrería pintadas de blanco, a la sombra de aquellos árboles, que, a pesar de su atadura con la tierra, eran mucho más libres y felices que yo.

Cuando leía mi viejo libro de paleontología me preguntaba por qué no le había contado acerca de mi afición a los fósiles. Quería volver a conversar con él. Sentía que no lo soportaba, pero también que me hacía falta.

Mi vida cambió desde mi ingreso al hospital para enfermos mentales; o mejor dicho, yo había cambiado, mi vida seguía siendo igual de tranquila, con la única diferencia de que me encontraba cada vez más lleno de ira.

Poco a poco fui enfrentándome a imágenes de mi pasado, recuerdos, ¡malditos recuerdos!, de una maldita vida miserable, aun cuando nunca me faltó nada.

Entonces me di cuenta de la tremenda sacudida que me había provocado la entrevista con Smith, trataba de negarlo, de hacer caso omiso, llegue a darme de tumbos contra los muros; cuidaba de que los enfermeros no tuvieran aviso de mis arranques de violencia y ocultaba los moretones de mis hombros. Pasaron cinco días más.

Fui conducido a la cita, parecía que el edificio estaba totalmente abandonado, como si lo hubieran preparado exclusivamente para mí. Faltaban pocos días para que iniciara el proceso jurídico en mi contra, seguramente ese era el motivo, se terminaba el tiempo y lo que había en mi cabeza era muy valioso para ellos, la patología, la manera en que funcionaba, resultaba una prioridad.

Por supuesto que tuve sospechas, pero esto tiene varios lados: Por una parte intentaban hacerme sentir cómodo para romper mi resistencia, eso me decía mi instinto; por otra parte, se trataba de hacerme sentir alagado, claro, ganarse mi lado egocéntrico. Lo habían conseguido. A partir de aquí, dejaría de oponerme al proceso, finalmente, mi fortuna estaba trazada con pintura indeleble.

En la sala principal, Smith tenía todo listo. Se apartó de la mesa para conversar con el enfermero. Parecían estar tramando un plan. Era ridículo ver las arrugas en el rostro rosado de Smith, y al mismo tiempo me agradaba hacerlo.

Sobre la mesa descansaban sus notas y una grabadora de voz, que parecía el control remoto de un televisor. Sobre una sillas estaba el maletín del psiquiatra.

Me deslicé hacia el documento, me había provocado curiosidad y comencé a leerlo. Era mi perfil psicológico, una suerte de espejo blanco e impenetrable, tatuado con marcas que parecían hormigas negras:

Insensible al dolor ajeno. No se detiene para apreciar los objetos que lo rodean o a escuchar atentamente a las personas. Es impulsivo y llega a resultar violento. Requiere de emociones fuertes para sentirse estimulado. Se apega a sus memorias con fuerza, sin embargo, sufre de amnesia disociativa. Este es el problema a resolver. El cuadro encaja con psicopatía, sin embargo, la laguna temporal que produce la amnesia obstaculiza el diagnóstico.

»He generado una serie de hipótesis, descartando, principalmente, la doble personalidad, ya que no se ha registrado ningún cambio radical durante los episodios de amnesia. De ser así, hubiéramos encontrado indicios durante la investigación policiaca. Entre mis hipótesis destaca la aparición de síntomas propios del trastorno de personalidad limítrofe, los ataques fantasiosos y descontrolados que éste produce, encajan, sin embargo, tengo mis dudas, bajo su influjo, monsieur Carbonneau, no habría podido agredir a nadie a menos que formara parte de sus delirios. Algo debió haber desatado un episodio maniaco violento, quizá estrés o una fobia.

A la descripción psicológica, le seguía una estúpida descripción física, escrita con lápiz en renglones inclinados hacia arriba a la derecha: Peina su cabello de lado, lo tiene largo hasta la frente, tiene las cejas pobladas. El dorso de la nariz es plano, más ancho en la zona de las cejas; la parte media asemeja un nudo abultado. Tiene el perfil aguileño y las fosas bien proporcionadas, los ojos azules, de buen tamaño y los pómulos elevados, la boca pequeña, el labio inferior ligeramente expuesto y la sombra de una barba cerrada de oreja a oreja. Hombros anchos, pero brazos y piernas delgadas…

Smith, me sorprendió mirando sus notas, no tuve tiempo de espabilar. Inmediatamente se sentó a mi lado. El enfermero se retiró anunciando que se encontraría en la cabina de seguridad. El psicólogo puso la palma sobre la libreta que contenía mi perfil y la deslizó hacia él lentamente.

Hoy vamos a hablar un poco de madame Chessier.

¿Qué puedo decirle?, no sé mucho de ella, era una lesbiana de clóset. No me extrañaría que su mercería le hubiera servido como refugio para tener sexo con sus clientas.

Permaneció un momento en silencio. Se apoyó en el respaldo de la silla y se acomodó los lentes. No dijo nada.

Ah, ¿se refiere a qué opino yo de ella?

Asintió con un gesto. Sostenía un bolígrafo en la mano.

Era agradable. Tenía que serlo o no vendería ninguna de sus porquerías.

¿Podría usted ahondar un poco más al respecto?

No le veo el sentido a esto, pero, en fin: Tenía una imagen imposible de olvidar, vestía de rojo todo el tiempo.

¿Exactamente, qué era lo que le llamaba la atención de ella?

No entiendo a dónde va… Era lacia, usaba fleco, cabello al hombro, y se lo teñía de rubio.

Era muy femenina.

Mucho, sin embargo, no era una mujer. Una vez, dejó la tienda sola, revisé el cajón de su mostrador y encontré un enorme dildo doble y unas bragas de encaje perfumadas.

¿Qué hacía husmeando?

Nada, la mujer me hizo esperar demasiado… El cajón estaba entreabierto. Iba a zurcir una prenda y se trataba de un favor por ser su vecino.

Disculpe la pregunta, monsieur: en la cama… ¿usted prefiere a los hombres, o a las mujeres?

—…

Me aferré a la silla, sin responder. Seguramente había advertido cómo lo miraba. Notó mi desconcierto, acudió a sus notas para leerlas, dio la vuelta a la página y comenzó a explicarme:

La víctima, Marie Chassier, llevaba un diario. Rescaté un pasaje que me pareció interesante y quisiera compartirlo con usted:

Cerré la mercería, como todos los días. Barrí el piso y ordené el mostrador. Lo más significativo de mi vida es cerrar temprano el viernes, esperar a que Marguerite llame a la puerta, e imaginar que lleva puesto su vestido blanco. Siempre que viene a verme usa lentes oscuros porque se avergüenza de ser lo que somos, y trata de que nadie la reconozca. Pero eso, en nuestros días y en nuestra ciudad, no tiene importancia. Todo está en su mente.

»Ahoga su sonrisa de excitación mientras camina por la avenida dejando atrás a los transeúntes y edificios. La espero, vestida de rojo, con la falda corta por encima de las rodillas. Mi vestido tiene escote de cerradura amplia, muestra mis pechos grandes y apretados. El que un hombre los mire me provoca asco, pero ella, ella me hace sentir bien conmigo misma.

»Esta es mi vida, nuestra vida secreta, ja, bueno, al menos para ella es así. Y no hay nada en el mundo que desee más, que ver abrirse la puerta de la habitación, que Marguerite se quite los anteojos y me guíe hasta la cama mientras me besa. Sentir su respiración. El resto es algo que no puedo decir, porque me han prohibido que hable de los besos profundos, las manos deliciosas, los juguetes pervertidos, la desviación de la naturaleza, los alaridos y la humedad, porque ‘¡Por Dios, no somos animales, Marie!’.

»La escucho, trato de entenderla, porque ella sacude mi mundo. Ya es muy tarde. Eso es todo por hoy. Hasta mañana.

Cuando Smith se detuvo, me miró, escudriñando mi rostro.

La página fue escrita dos días antes de morir la señorita Chassier. Acostumbraba registrar fecha y hora, como si tuviera algún significado saber que eran las 23:45 cuando admiraba el cielo nocturno por la ventana, porque, ella rara vez… uhm, cerraba las cortinas. Puedo imaginarla, apagando la lámpara de mesa, tomando las cobijas, girando para acomodarse de costado y que la tenue luz que entra por la ventana ilumine sus enormes caderas. Me la imagino soñando con su mujer…

Y a usted, señor Smith, ¿le gustan las mujeres?

¡Claro!, me encantan, soy divorciado, afortunadamente, y profesor de la universidad, por otra parte. Pero esto no se trata de mí. ¿Se siente bien?, lo veo muy pálido.

Estoy bien, muy bien.

Me sentía mal, debía recuperar el control. Sentía palpitar mi cabeza. El psiquiatra tomó la grabadora. Lo que había ocurrido hasta ese momento no se comparaba a lo que estaba por pasar.

Traje algo más. Ya le había contado que tuve la oportunidad de leer el reporte de la policía. También realicé algunas entrevistas, debe saber que la evidencia no es nada esperanzadora.

Puso a rebobinar la grabación mientras me miraba fijamente.

¿Qué quiere decir, Smith? ¿Qué es lo que tienen en mi contra?

Sé que usted no recuerda lo que pasó. Quizá no sea lo más recomendable, pero no contamos con tiempo suficiente. Tendré qué mostrárselo.

¿Es eso?

Permanezca sentado. Si el testimonio le trae algún recuerdo…

Respiré profundamente. Vi a Smith inclinarse hacia mí, luego reprodujo la grabación. Se trataba de la voz de una mujer joven:

«Esa mañana me pinté las uñas, me puse mi vestido de verano, es muy llamativo, tiene estampados anaranjados y amarillos. Debía ir a la mercería, ¿sabe? hago bolsos, los diseño yo misma, los vendo en el bazar cerca del parque y necesitaba algo de material: Listones, lentejuelas, ¡cosas!, en fin, me calcé los zapatos y salí.

»Todo transcurrió normal, hombres mirándome las piernas, yo ignorándolos, como siempre, hasta que llegué a la mercería. El negocio está en la planta baja, una puerta en el fondo conduce al departamento de Marie, cuando llegué todo estaba muy tranquilo, ella me invitó a tomar una taza de café, siempre había sido muy atenta, servicial, y… ¡siempre había sido tan maravillosa!, me conocía desde que era una chicuela de doce, por eso me tenía tanta confianza.

»Yo conocía su secreto, realmente todo el barrio sabía que ella era gay. La veía como una hermana mayor, siempre le tuve mucho cariño y si me pidieran que metiera las manos al fuego por ella lo haría sin chistar.

»Me pasó al desayunador. Toda la planta baja de su casa es acogedora, aunque no puso mucho interés en la decoración: Mesa y sillas de madera, los muros sin el menor adorno, únicamente pintura blanca. Sobre la mesa había endulzante y crema. Me puso una tasa enfrente y me dijo: ‘Llámame si me necesitas, estaré preparando tu encargo’.

»Luego marchó de vuelta al negocio. ¡Ella era un ángel! Preparé mi café y todo fue normal. Hasta que pude escuchar la voz de un cliente. Se trataba del ogro Carbonneau. Traté de no prestar atención, sin embargo, no tardé mucho en comenzar a escuchar cómo Marie lo atendía. La voz de Marie es muy grata... Es decir, lo siento… ¿Me permite un momento? ¿Tendrá un pañuelo? Era muy grata, la voz de Marie. Como decía, escuché su conversación:

Madame, ¡mire esto!, ¡odio cuando me pasa!, la maldita cosa sale volando y la prenda pierde forma, ¡mierda!, me saca de quicio.

No se preocupe, monsieur, seguramente tengo un botón que pueda quedarle. O podemos retirar el otro y colocar botones nuevos. Tiene solución, únicamente hay que ponerle un poco de…

¡Ya basta, mujer!, no tengo tiempo para conversar, tengo que irme, ¿me entiendes?, tengo turno dentro de dos horas, tengo que irme.

»Era un tipo odioso, cómo fue que mi amiga no lo botó del negocio. En ese momento no podía verlo, pero, después me enteré que ella acercó una escalerilla para alcanzar el cajón de los botones que quedaba en lo más alto de la estantería.

»No podía ver lo que él estaba haciendo pero sí podía escucharlo. Su móvil sonó y contestó, por primera vez lo escuché guardar silencio, y parecía que también estaba tranquilo. Di un sorbo a mi café y pensé en cosas de mi vida diaria: Los compromisos, las ventas, una cita que tenía con el chico con que salgo, de pronto vino el grito de Carbonneau: ‘¡Eres un puerco, eres un puerco, eso es lo que eres!, ¿me escuchaste?, por eso saltas por el basurero, ¡maldito puerco venenoso, culoancho!, ¡que te den…!’

»Las cosas que dijo me confundieron y alarmaron. Me asomé, vi cómo arrojó el móvil al suelo y se destruyó en mil pedazos, me quedé pasmada al mirar su rostro. La expresión en sus ojos era profunda y encendida, tenía la boca abierta a pleno. Manoteaba sin control y respiraba agitadamente.

»Me sentí indefensa, se me entumecieron las manos, sentí un escalofrío, como si hubiera sido enviada a otra dimensión. Seguí mirando, intentando no llamar la atención. Mi amiga se encontraba en la misma situación, intentaba hacerse la desentendida, ser discreta, tomar la llamada y las maldiciones de Carbonneau como lo que eran: Un altercado personal fuera de su incumbencia…

»¡Pero… el maldito la tiró de la escalerilla…! y le pisó la cara mientras repetía: ‘Y tú también eres una puerca, ¿verdad?, ¡verdad! ¡Puta volteada!, ¿verdad?, ¿caca de pájaro?’, y así continuó hasta que le reventó la cara… frente a mis ojos. Carbonneau la golpeó hasta quedar exhausto y mientras resoplaba por el esfuerzo, una de sus manos intentó apoyarse en el mostrador de los listones, cayeron listones y bolas de estambre de colores junto al cuerpo de Marie, cubriéndola. Los rollos habían rodado dejando bandas de colores sobre de ella.

»Parecía que Carbonneau se iba, quise gritar, pero ningún sonido escapó de mi boca, ¿por qué no lo hice?... Retrocedí un paso, sin dejar de mirar al bastardo, pensé que iba a salir de la mercería, pero cuando estuvo cerca de la puerta se detuvo, seguía lleno de ira, y regresó rápidamente hasta donde estaba el cuerpo de Marie… La tomó por las caderas, le dio la vuelta, le levantó la falda, se bajó el cierre del pantalón y se masturbó.

»Casi de inmediato cubrió de semen las nalgas, y luego, las pisoteó con fuerza: ‘¡Puta, puta, puta, puta, puta, ballena, puta…!’ Respiraba agitadamente, me sentía mareada, con nauseas y todo daba vueltas. Jamás creí llegar a ver algo así. Me desmayé. Estuve inconsciente alrededor de una hora. Cuando desperté, pude escuchar cómo salía por la puerta, había roto la cadera en mil pedazos.

El psicólogo presionó un botón y detuvo la reproducción. El rostro de Smith estaba descompuesto. Sacó un pañuelo desechable del bolsillo de su saco y limpió sus anteojos. Yo sentía como si mi cabeza se hinchara con cada respiración. Tras volver a colocar las gafas frente a sus ojos, Smith, enchuecó la boca y juntó las cejas.

Desde que salí de mi país, he visto cosas que jamás imaginé. Será porque me fui siendo aún muy joven… En fin, eso no importa. Lo que llama mi atención en este momento es el hecho de que, poco antes de escuchar esta grabación, usted se encontraba pálido, como aterrorizado, estuve a punto de llamar a Gilbert para que le tomara la presión, y ahora, tiene una sonrisa de oreja a oreja, tan grande que expone los incisivos y los colmillos, aunque aparenta estar exaltado, pareciera que se encuentra feliz.

¡Ser feliz… de eso se trata la vida!

Sabe que no es eso a lo que me refiero. Sus ojos… ahora que me inclino para verlos, noto que tiene las pupilas dilatadas.

Sí, incluso tengo la piel erizada, y, ciertamente: Tengo una erección.

Tras escuchar esto tuvo un gesto de sorpresa. Se enderezó en su asiento, tragó saliva y balanceó el bolígrafo que sujetaba en una mano.

Ve-ve-veamos, Carbonneau…

No-no me diga nada, Corey. Es mi turno de preguntar.

Oculté mis manos bajo la mesa, las puse sobre mi entrepierna y froté por encima del pantalón abrochado. Él sabía lo que yo estaba haciendo, no era tonto. Inclinó el cuerpo para mirar, luego, se hizo el disimulado. Volví a poner las manos donde él pudiera verlas.

Honestamente, Smith, ¿qué fue lo que lo trajo aquí? Y no vaya a decirme que una investigación, porque este caso no tiene el menor sentido. Leí su reporte, usted no sabe lo que tengo. Tampoco creo que vaya a descubrirlo. Escúcheme bien, yo no confío en usted ni en sus ideas de catedrático universitario. Para mí, Corey Smith, es un hombre cuya vida vacía lo lleva a lugares como este para poder llegar a sentirse importante. Conozco su tipo, ¿sabe? Yo era como usted. Pero con el tiempo… uno descubre su verdadera locura.

Habla de locura… pero no sabe lo que dice.

¡Usted es el que no sabe de lo que habla! ¡Dígame!, ¿por qué salió de Inglaterra?

Mis padres…

¡Exacto!, sus padres. Me imagino que es el hijo único de algún británico adinerado y que nunca tuvo que esforzarse realmente por nada. Sus diversiones, sus estudios, todas sus necesidades, fueron cubiertas sin ninguna dificultad, entonces, cuando terminó la universidad decidió salir a la aventura, y se dio cuenta de que nunca había tenido nada real.

Se quitó los anteojos.

Tiene mucha razón, así fueron las cosas desde que salí de Chelsea, hace casi treinta años. Hoy día, no entiendo por qué sigo sintiendo que algo me falta. Dio en el blanco en todo, excepto en una cosa: Descubriré la causa de su amnesia.

Ya no le queda tiempo.

Contaba con eso. Tengo algo que podría acelerar el proceso, otra grabación.

Tomó aquel artefacto y comenzó a manipularlo. La exaltación de la que yo había sido presa, ya se había disipado.

¿Quién es ahora?

La entrevista con su padre. Tenía que investigar a fondo. Hay un fragmento que me ha dado mucha luz sobre este caso.

Sentí mi garganta seca. No estaba preparado. Miré alrededor sin descanso. Puso el aparato a reproducir: «Siempre supe que Étienne era diferente…». Al escuchar la voz de mi padre me sentí muy mal, fue como si se me cerrara la garganta, «Su abuelo era un hombre de verdad. Creó todo de la nada con sus propias manos. Era, además, un conquistador incorregible… No sé qué hice mal con Étienne. Desde muy pequeño se apartaba, le gustaba la soledad, o, mejor dicho, se ocultaba de mí. Tenía sentido, siempre fui demasiado estricto, por decirlo de alguna manera, o desinteresado, como sea, eso ya no importa. Étienne no tenía carácter, ni personalidad, intenté que se convirtiera en hombre, que aprendiera a tomar decisiones, se reprimía… es así como le dicen, ¿no? Por eso las cosas se volvieron más difíciles.

»Cuando no era un muñeco bueno para nada, se convertía en una maldita fiera que reventaba a golpes a quien tuviera enfrente… a todos, menos a mí. Cuando tenía doce lo descubrí masturbándose con la fotografía de Jean-Pierre Papin, el futbolista. Me enfurecí y le grité. Lo tomé por el cabello y lo llevé hasta el váter, no le permití subirse los pantalones.

»Desarmé la cortina de la ducha y usé el tubo para romperle el culo a golpes. Le juré que nunca nadie iba a querer meterse en ese culo cuando terminara con él. Y fue cierto. Lo golpee hasta que removí la piel y la sangre corrió sin descanso. Necesitó atención médica.

»Hay algo que usted dijo, Smith, la primera vez que conversamos: Que los monstruos verdaderos podrían ser los padres, los hermanos y las circunstancias, la primera víctima de un psicópata es su yo inocente que muere a manos de aquellos que deberían protegerlo. La mayoría de las veces, el odio que sirve de móvil a los psicópatas, es aprendido, heredado, o alimentado por las personas en que confía.

»He de confesarle que no me arrepiento de lo que hice, siempre que Étienne se aleje de los hombres, me importa poco haberle provocado un trauma. De hecho, desde que se fue a vivir solo, acostumbro llamarle con frecuencia, para mantenerlo a raya.

Pensé que eso iba a ser lo último y traté de calmarme. Pero no lo conseguí. Poco a poco la imagen de la cerámica del baño cobró vida, mi padre, bajándome los pantalones, y luego el dolor de culo. La sangre corriendo sobre mi piel, manchando las ropas, esparciéndose por el azulejo mezclada con mis lágrimas. La cortina de baño extendida por el suelo… Su rostro, reflejado en el espejo, mordiéndose los labios y golpeando con todas sus fuerzas.

Mis manos quieren ahorcarlo, partirle el cuello, pero permanecen quietas, balanceándose en el aire con cada golpe. Quiero gritar, y grito. Pero también quiero dejar de sangrar y no puedo. Me avergüenza que mi padre mire mis genitales. El piso de azulejos se destruye, veo la mesa de madera, las manos de Smith. Levanto la cabeza con gran dificultad. Escucho los pasos del enfermero que se acerca a la puerta y miro con desagrado: El cuello pronunciado, la piel rosada y arrugada, las cejas pobladas y los ojos brillantes, el cabello cano y alborotado, los hombros anchos y el torso delgado de mi padre, el viejo Carbonneau, de pie frente a la puerta, esperando a que le permitan la entrada.

Smith percibió la transfiguración que me estaba provocó la visita del puerco. Apreté con fuerza los puños y los dientes.

¡Cálmese, Étienne!

Estoy calmado.

Smith, pondría todo de su parte para que el experimento no se le saliera de control, pero ahora había cosas que él ignoraba, que no había tenido tiempo de predecir, y ni siquiera de imaginar. Le hizo una señal al enfermero para que no dejara entrar al puerco.

Veamos... ¿Hay algo que le guste hacer en su tiempo libre, algo que llame su atención?

He estado leyendo sobre paleontología, contra mi voluntad.

Cuénteme un poco.

No lo sé, ¿qué puedo contarle? Algo sobre Georges Cuvrier, anatomía comparada.

Y ¿qué hacía usted con un título de esa naturaleza?

La biblioteca aquí es una mierda, me gustan los libros ilustrados, ¿qué puedo decir?

Respire profundo y cuénteme sobre lo que ha leído.

Yo no separaba la vista del anciano.

¡Son cosas aburridas!

Haga el intento.

Mi corazón se agitó, sentí un terrible dolor en el vientre, como si gotas incandescentes se expandieran en el fondo de mi estómago. La mesa, las sillas, los muros, las ventanas, las cosas a mi alrededor, cambiaban de lugar. Mis brazos se tensaron y sentí las venas de mi cuello saltando de su lugar, las cuencas de mis ojos ardían, parecía que quisieran expulsar los globos como bolas de fuego. El sudor escurría por mi frente, no podía permanecer un segundo sin mecerme hacía atrás y hacia delante intentando contener la furia que nacía de mis entrañas, no sé por qué, sentía sangrar mi culo.

Escuché a mi padre gritar que lo dejaran pasar. Y al no conseguirlo acudió al móvil, marcó mi número.

Mi teléfono ya no existe, sin embargo, escucho el tono, como lo escuché en la mercería. Atiendo: “¿Dónde estás, hijo, y qué haces?, ¡No vayas a andar de puerco, eh, un hijo mío, nunca…!”. Trato de mantener la conversación con Smith, pongo todo mi empeño en ello.

¡Los predadores tienen dientes afilados, sus estómagos son resistentes para antojar la carroña y sus brazos también les sirven de cucharas! ¡Comen la carne de otros: El hambre es siempre el dolor en la tripa necesaria...! ¡El reino animal se divide en: Esqueletos, camarones, criaturas flexibles y organismos de piel rallada. El origen es el huevo, sin olvidar a la nuez, que encontraremos en la cabeza, ni ni ni... a las arterias tubulares... todo tiene que ver con todo: Los fémur, embonan.

Mi padre siguió llamando a la puerta, golpeando, usando el móvil, y tuve de pronto la idea más clara de mi vida: Somos fósiles al nacer. Estiré completamente las garrochas. El guardián de la libreta dio un salto hacia mí. Le eché una vista fulgurante de felino, pero esto no le importó. Como si él fuera una jirafa de pelo cano, se fue acercando con su larga presencia. Entre ella y la mantarraya blanca intentaron detenerme, pero en esta ocasión iba a matar al cochino, siempre lo ambicioné. “Está en medio de un episodio psicótico. ¡Hay qué sedarlo!”.

Entonces le di una patada a la mantarraya blanca para que no fuera a adormecerme, me arrojé al cuello de la jirafa y la intenté matar, era más grueso de lo que pensé, y más duro.

Todas las huellas digitales tienen surcos que ilustran la revolución y la catástrofe, sobrevive el que sobrevive, se salva el que se salva. No hay otra explicación y yo no podía detener el giro de la rueda.

Faltaba el jabalí, el cochino, “¡Rápido, Gilbert, levántate!”, “Todo esto es culpa suya, doctor, dijo que usted sabía lo que hacía”, los cristales caen, los pilares de la cascada de vidrio se precipitan hacia el suelo. “¡Ahora, ya lo tengo, ya lo tengo!”, me derrumbo, caigo entre los cristales. Faltaba poco para atrapar al jabalí, y mientras estoy sobre la plancha de roca, lo miro… yo lo recordaba más grande, y no tan flaco.

Siento que mil anguilas se introducen en mis poros, la imagen se vuelve borrosa. La mantarraya y la jirafa han conseguido su objetivo. “Étienne, ¿qué has hecho?, por qué tenías que acabar así, hijo…”, todo está perdido, siempre lo estuvo. El paisaje se oscurece. Jamás tuve la oportunidad de masticar las perlas del éxtasis. Ha terminado la espera, el día del juicio ha llegado.

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